Se llamaba Joao, era portugués y nos contó que tres meses atrás
había escalado los 6962 metros del nevado Aconcagua, el más alto de América.
Todos lo miraron sorprendidos. Para muchos era la primera vez que harían una
caminata exigente hasta la laguna de Rapagna a 4550 mtsm., lo que ahora parecía
muy modesto en comparación con la que había hecho Joao. Su vestimenta lo decía
todo, ya que cargaba todos los implementos que indica el manual para hacer
trekking, en marcas europeas y relucientes. Miré con tesón mis zapatillas
imitación de HI-TEC compradas en Plaza Unión que imaginariamente me decían: SI
SE PUEDE.
Eran las 5:30 am. Estábamos en el
kilómetro 103 de la Carretera Central, en la localidad de Río Blanco, punto de
partida hacia la laguna de Rapagna. Llegamos ahí luego de pernoctar el día
anterior en San Mateo de Huanchor. Recién despertábamos con la fría madrugada.
El grupo se estaba presentando cuando Joao habló contó que había estado
caminando por toda Sudamérica desde hace seis meses. Luego empezó a hacer las
recomendaciones que les correspondía hacer a los guías de la ruta:
―Caminen despacio, sin apuro, respiren
siempre por la boca, no se extralimiten y si ven que no pueden, ya no insistan.
Cuando hice el Aconcagua también sentí lo mismo pero llegué. Si ustedes no
pueden en esta laguna, mejor se detienen a esperar.
Joao había llegado al grupo invitado por
Adriana, que se encontraba en silencio a su lado. Para ella era su primera vez
en Rapagna. Luego de que se presentaron los demás, el equipo de guías avaló lo
que dijo Joao, aunque un poco sorprendidos por su experiencia y por su
iniciativa. Es decir, estaban picones.
―Muchachos, hoy haremos un recorrido de
aproximadamente 8 kilómetros hasta la laguna, tramo en el cuál pasaremos de los
3600 msnm en el que nos encontrábamos en Río Blanco, hasta los 4550 msnm de la
laguna. Casi mil metros. La idea no es llegar corriendo, no es una carrera.
Vamos a llegar todos y en grupo. Sin embargo, como no todos caminamos a la
misma velocidad, los guías se repartirán en el trayecto. Yo iré adelante y en
la parte posterior, cerrando el grupo, estará Juan Carlos.
El grupo estaba conformado por 20
personas. 7 de ellas, ya habían subido a la laguna y a otros destinos más
exigentes. El resto era su primer trekking exigente. Abdel continuó explicando:
―El recorrido lo haremos en dos etapas.
Primero avanzaremos por el camino de herradura que sube de manera suave y
prolongada. Llegaremos a una explanada donde existe un puquio. En ese lugar nos
reagruparemos. Haremos un descanso para iniciar la segunda parte que tiene
mayor desnivel y pide más esfuerzo. Las personas que no puedan continuar, que
en la primera parte tuvieron problemas, pueden quedarse ahí a descansar y
esperar que retorne el grupo de la laguna. La idea es llegar todos arriba, pero
no vamos a arriesgar la salud de nadie.
―Así es muchachos, no se extralimiten
―Interrumpió Joao.
Abdel esbozó una sonrisa. Empezamos a
caminar y los grupos se fueron distanciando. Eran tres grupos que caminábamos
separados por unos 50 metros entre las subidas y curvas del camino de
herradura. Poco a poco veíamos como el precipicio de la derecha se hacía mas
profundo a medida que subíamos rodeados de flores y plantas silvestres, aves
que cruzaban por nuestras cabezas y el sol que iba subiendo lentamente dejando
pasar su sombra sobre los cerros y mostrándonos su brillo. Los guías se
comunicaban por radio, monitoreando cada uno de los grupos. Luego de 3 horas
íbamos llegando a la zona de descanso. El puquio nos recibía uno a uno para ver
que en verdad lo que faltaba era aún más empinado. De pronto por la radio se
escucha un llamado de Juan Carlos que venía con el último grupo:
― Joao no se siente bien, vamos a demorar
en llegar.
El grupo se preocupó. Abdel fue en su
búsqueda y luego de media regresó a la zona de descanso acompañando al
portugués. Apenas llegó Joao, se recostó en una roca, tirando su carísima
mochila en el suelo. Luego de 10 minutos le preguntaron si podría seguir.
―Claro, si yo he súbido al Aconcagua ―Dijo
Joao y sacó de su mochila un álbum de fotos ―Aquí están mis fotos en el
Aconcagua, ¿Quieren verlas?
Varios se acercaron a él y veían
entusiasmados las fotos y como narraba el portugués su aventura en Argentina.
Luego de 15 minutos más, retomamos el camino mientras en grupos comentaban sobre
el Aconcagua. Este tramo si fue difícil. Los grupos se deshicieron y solo
quedaron puntos individuales esparcidos en el largo y pendiente camino. Se
descansaba cada 10 o máximo 20 pasos. Hacía frío a pesar del intenso sol que
quemaba la piel. Arriba solo se veía una roca enorme, como una fortaleza, lo
que no daba fuerzas. No había rastro de la laguna. Luego el camino se perdió y
había que subir por cualquier parte empinada. Luego, al llegar a la base de las
rocas con forma de fortaleza se vio un pequeño abra. Era la entrada. Ya
estábamos frente a la laguna luego de varias horas de caminata, varios litros
de agua y bastante cansancio. La satisfacción era única. Poco a poco llegaban
los miembros del grupo, todos cansados pero felices de llegar a la meta trazada
aquel día. Bajé a la orilla de la laguna para tocarla. Estaba helada y en el
fondo se veían piedras filudas. Me senté en una roca a contemplar el agua y la
nieve, sintiendo el viento helado en el rostro. De pronto una presencia me
distrajo. Era Adriana, la pareja del portugués. Bajaba sonriendo y a pasos
apurados. Se sentó a mi lado y empezó a quitarse los zapatos.
―El agua está muy helada ―le dije.
―Igual me han dado ganas de mojar mis pies
―me dijo sin perder la sonrisa―. Es un precioso lugar. Pensar que Joao me dijo
que yo no iba a llegar a la laguna.
―¿Y dónde está Joao? ―le pregunté.
―Se quedó apenas comenzando el segundo
tramo. Ya no podía caminar.
―¿Está muy mal?
―No te preocupes por él. Tiene su álbum de
fotos del Aconcagua.
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